Aquel viernes como todos los demás,
su hijo salió a jugar con amigos de la vecindad.
Las horas transcurrieron en completa normalidad,
entre los quehaceres del hogar y su vida laboral.
Ella nunca llegó a pensar que aquella tranquilidad,
se acabaría abruptamente cuando el teléfono empezó a sonar.
Eran los amigos del barrio que llamaban para avisar,
que hombres armados habían llegado al parque principal.
Entre gritos y amenazas escogieron al azar
a algunos jóvenes y se los llevaron del lugar,
entre ellos, a su amado hijo… ¡nadie lo pudo evitar!
Ella sintió que su mundo se desboronaba en su totalidad.
Entonces, junto a otras madres se unieron para conformar,
un colectivo de mujeres con el fin de recuperar
a sus hijos desaparecidos y regresarlos al hogar.
“Madres buscadoras”, así se hicieron llamar.
A través de asesoramiento se organizaban para empezar
un arduo y peligroso trabajo de rastreo en todo lugar:
Montañas, senderos, desiertos y muchos sitios más,
pues no habría lugar en el mundo en donde no se fueran a buscar.
Sin embargo, pasaban los días, los meses, los años y el desespero era total;
de su único y amado hijo, ¡no volvió a saber jamás!
Su ausencia le mortificaba el alma al no saber en dónde estará
y la incertidumbre le taladraba el corazón al no saber si aún vivirá.
Todas las noches, cuando el reloj marcaba las ocho de la noche, ella se arrodillaba a rezar,
entregándose a “la justicia divina” y en espera de que algún día, la humana, la ayudará.
Existen muchas “madres buscadoras” que luchan sin descansar,
contra la zozobra de saber si algún día sus hijos volverán;
ese vínculo entre madre e hijo, ¡nada, ni nadie, lo romperá jamás!
Estas guerreras, nunca perderán la esperanza de volverlos a abrazar,
de sentirlos, de amarlos y de tenerlos junto a ellas… en el calor de su hogar.
FIN
Muy preocupante
En diversos puntos de América Latina ha cobrado relevancia la aparición de colectivos de madres, abuelas, tías, hermanas, primas o amigas que, en su desespero por encontrar a sus seres queridos desaparecidos, unen sus fuerzas para iniciar largas jornadas de búsqueda. Durante este proceso, han tenido que capacitarse, aprender de leyes y de pruebas periciales para lograr una línea de investigación que las ayude ante la falta de compromiso de las autoridades locales. Las madres buscadoras salen a las calles con pancartas y fotografías de sus desaparecidos, pegan carteles en los alrededores en espera de que alguien los haya visto, arrancan con sus propias manos la tierra de fosas comunes o cementerios clandestinos, viajan kilómetros y kilómetros para reconocer un cadáver o para confirmar si aquel joven preso, hospitalizado o vagabundo, es o no, su familiar. Y es que, el delito de las desapariciones forzadas se ha ido incrementando debido a los conflictos armados y a la violencia que se ejerce en los territorios, ocasionando que miles de mujeres, tejan sus lazos de solidaridad y se alienten en un grito al unísono para alcanzar la verdad. Sin embargo, el camino no es fácil y durante el recorrido se encuentran con miles de amenazas o desapariciones, que al igual que a sus hijos, las han convertido en las nuevas víctimas de este angustioso e interminable drama. Lastimosamente, en la mayoría de los casos, las autoridades no tienen un registro oficial de cuántas han sido perseguidas o desaparecidas y por qué motivos. Un reconocimiento de solidaridad a estas valientes guerreras que, aunque el infierno de la incertidumbre les carcoma el alma, siguen guardando como un tesoro la esperanza de volverlos a ver, abrazar y amar.